
Ronald Guedez
V&L
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Este domingo el diario El Universal dedicó su editorial al tema del terrorismo mediático. A continuación el editorial:
Terrorismo mediático
Cuarenta muertos dejó el crimen durante un fin de semana en Caracas. Aumenta la mortalidad infantil. Crece la deserción escolar. Cerca de la mitad de la población laboral activa se dedica a la buhonería. Fracasan empresas cogestionadas. En Cuba hay una dictadura que viola los Derechos Humanos. Las FARC secuestran, asesinan y trafican con drogas. Atracan a tiros un camión blindado y se llevan 500 millones.
Son titulares comunes y corrientes de los medios nacionales. Es información. No son buenas noticias, claro está, pero es la cotidianidad del país. No obstante, para el Gobierno se trata nada más y nada menos que de terrorismo mediático.
La posición oficial en ese sentido es inequívoca. Los medios independientes responden a lineamientos de la derecha, son mercenarios del imperio, traidores de la patria y enemigos del pueblo. El pecado, para decirlo claramente, es que no aceptan cumplir funciones de relacionistas públicos y propagandistas del Gobierno, papel que efectivamente realizan con gusto y muy eficientemente los más de 480 medios financiados por el Estado. Como agravante, tampoco cooperan en la consolidación de la doctrina socialista. Al contrario.
La diversidad y el pluralismo no es el fuerte actualmente. La acusación de terrorismo mediático, además de absurda, camina en paralelo a la propuesta gubernamental de avanzar hacia la hegemonía comunicacional.
El terrorismo, en su acepción más amplia, implica la ejecución de actos premeditados de violencia para inducir terror en la población civil con el propósito de forzar la aceptación de una causa de carácter polí tico, ideológico, económico, religioso o territorial, entre otras. Si la perversa estrategia de imposición es utilizada por gobiernos legítimamente constituidos se le llama terrorismo de Estado.
Acusar a un individuo, organización o sector como terrorista es, paradójicamente, un recurso utilizado hasta el cansancio por gobiernos autoritarios como una vía de descalificación a la resistencia y, de paso, justificar suficientemente la represión.
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