26 de junio de 2008

El Obispo Presidente


Joel Rodríguez Ramos

Acaba de visitar nuestro país el presidente electo del Paraguay, Fernando Lugo. Como todos los presidentes latinoamericanos del sur del continente, ha sido claro que el presidente Lugo ha venido por ayuda económica. Chávez por su parte no ha escatimado ofrecimientos. Petróleo, todo lo que Paraguay quiera. Han firmado, sin ser Lugo presidente todavía, varios convenios de ayuda y cooperación. Por supuesto que la ayuda y cooperación es de acá para allá, nada de allá para acá, salvo probablemente apoyos a Chávez en foros internacionales. Como si el petróleo fuera de él, Chávez dispone de nuestra principal riqueza sin ningún control y sin ningún rubor. Lugo se inscribe dentro de esos personajes calificados de izquierda y progresistas. No sé qué quiere decir eso. Confieso no saber distinguir entre una persona que diga ser de izquierda con uno que diga ser de derecha. La diferencia entre dos personas suelo encontrarla más en las virtudes que viva cada una, en la seriedad y profundidad de vida que cada una lleva, en la capacidad de amar al prójimo y no de predicar odios. Creo en la libertad y en la democracia, en la justicia en general y en la justicia social en particular, creo en el Estado de Derecho como forma de organización social, la más civilizada para resolver las controversias entre los seres humanos. Tampoco sé distinguir entre un dictador que llamen de izquierda con un dictador que llamen de derecha. Entre Castro y Pinochet, por ejemplo, nunca vi mayores diferencias y si hubo alguna, me parece que quien queda peor es Castro. Así como el miedo es libre, también el complejo es libre. Algunos se autocalifican de izquierda sólo por complejo.
La situación de Lugo es lamentable. Sólo a Dios corresponder juzgar sus actos, pero no podemos olvidar que Lugo fue sacerdote, de la congregación Misioneros del Verbo Divino, ordenado en 1977, fue superior de su congregación y luego obispo en 1994 de la diócesis de San Pedro, una de las más pobres del Paraguay. A Lugo le dio, después de la edad madura, la fiebre de la actividad política y el sarampión del izquierdismo. El papa Juan Pablo II dispuso su retiro como obispo en 2004. Para quien no es católico o lo es sin conciencia clara de lo que significa la rebeldía ante el Papa y los superiores, la falta de Lugo no tiene importancia. Chávez y sus ayudantes se burlan de ello. Pero para quienes queremos ser fieles a la Iglesia, para quienes tenemos conciencia de lo que significa la autoridad del Papa, la falta de Lugo es grave y significa una traición a la misión que él mismo, libremente, escogió un día.
La Iglesia prohíbe a quienes han recibido las órdenes mayores (Diaconado, Presbiterado y Episcopado) ocupar cargos públicos e intervenir en política y eso lo sabe, previamente, todo aquel que va a recibir las señaladas órdenes. Sólo en una situación muy excepcional y debidamente autorizado para ello, puede un sacerdote y mucho más un obispo, ocupar posiciones políticas para las cuales, por cierto, no se prepara porque, obviamente, no se hace sacerdote para eso. Lugo solicitó permiso para intervenir en política e incluso para postularse candidato a presidente de Paraguay, pero le fue negado. Entonces decidió abandonar el sacerdocio y en franca rebeldía al Papa, Lugo decidió dedicarse a la actividad política. Él mismo ha pedido perdón por eso y dice que regresará. Un buen sacerdote, consciente de su excelsa misión, ni siquiera hubiera planteado ese permiso, pero al solicitarlo y negársele, ha debido obedecer con humildad. Creerse imprescindible y necesario hasta el punto de abandonar todo lo que ha sido, es la actitud más soberbia que se pueda imaginar. Fue lo mismo que ocurrió en Haití con el sacerdote Jean Bertrand Arístide, con el agravante para Lugo de que era obispo, por lo que estaba más obligado a dar ejemplo de fidelidad y obediencia.
Chávez en su típico verbo lleno de excentricidades, por decir lo menos, señaló que Lugo “haría la revolución que Cristo había venido a traer al mundo”. Cuánto ingenuo habrá por ahí que se crea eso. Voy a citar para contrastar la afirmación presidencial, una explicación sobre la misión de Cristo contenida en la segunda encíclica de Benedicto XVI, “Salvados por la Esperanza” (Número 4), en la cual explica cómo muchas personas en el cristianismo naciente, sufrieron persecución y esclavitud, sin perder nunca la esperanza surgida de la fe en Cristo. Dice el Papa: “El cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá. Lo que Jesús había traído, habiendo muerto Él mismo en la cruz, era algo totalmente diverso: el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dio vivo y. así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida del mundo”. Rendir su juicio hubiera sido una nueva crucifixión, pero es lo que Lugo debió haber hecho imitando al Divino Maestro. No lo hizo, lo siento por él. Frente a lo que dice alguien ignorante como Chávez o un obispo apóstata como Lugo, yo prefiero creer lo que explica el Vicario de Cristo.

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