17 de junio de 2008

Enrique Correa Ríos. Visión política


Especial
(V&L)

Enrique Correa Ríos, durante los tiempos de Salvador Allende joven revolucionario del Mapu, junto a Fernando Flores, Jaime Gazmuri, Vicente Sota y otros dirigentes de ese partido.

Mucho después y en reiteradas ocasiones, se manifestó orgulloso de la tolerancia, de la fraternidad y del respeto a la diversidad existentes en el Partido Socialista. Alineado con la denominada “megatendencia” y con los grupos más progresistas o liberales de esa tienda política, celebró incluso el período de Camilo Escalona, y se mostró optimista frente a la creciente modernización del socialismo chileno. Hubo oportunidades en que, incluso, declaró su interés por asumir cargos directivos y trabajar más activamente en los desafíos del futuro.
Nunca le fue muy bien en las elecciones internas. Muchas veces pudo percibir una creciente animosidad en su contra entre los militantes del llamado socialismo histórico, aquellos que aún levantan el puño en los eventos más importantes de la militancia.

Siempre supo navegar en mares tormentosos y manejar hábilmente el timón para hacer frente a cuanta turbulencia política amenazara a la Concertación. Por eso, la renuncia de Enrique Correa Ríos a su militancia en el Partido Socialista produjo el efecto de un terremoto en las huestes gobiernistas, sorprendiendo a moros y cristianos. La razón esgrimida fue su discrepancia con el royalty minero impulsado por La Moneda, pero hasta el socialista más despistado sabe que tras la decisión de Correa se acumulan otras explicaciones.

Correa se transformó en los últimos años en el lobbysta más importante del país, con una red de contactos e influencias que despierta la envidia y desconfianza de mucha gente. Experto en manejo de crisis y conocedor profundo de los resortes que mueven a los medios de comunicación, suma, además, una proverbial habilidad para leer los escenarios de conflicto y pulsar las cuerdas que puedan inclinarlos en uno u otro sentido.

La lista de sus clientes indica también la relevancia que ha adquirido en las esferas empresariales y en instituciones de todo tipo, sumiendo a sus detractores en múltiples sospechas y lucubraciones. Asesor privilegiado de Soledad Alvear, muchos han querido ver su renuncia al PS como la obtención de una patente de corsario que le permita trabajar para que la actual canciller se transforme en la candidata presidencial de la Concertación, en las elecciones de diciembre del 2005.

DE OVALLE CON FERVOR

Enrique Correa Ríos nació en Ovalle, en 1946, en el seno de una familia ilustrada de clase media. Su padre, un masón que votaba por los liberales y no por los radicales, inculcó en el muchacho el gusto por la música y la lectura. Su madre, en tanto, lo acercó a la Iglesia Católica y a la fe.
Primero estudió en una escuela pública y luego en el liceo de la localidad. Leyó a Salgari, Dumas, Shakespeare y a los narradores rusos. Trabajó en la parroquia local y dirigió las Juventudes Estudiantiles Católicas (JEC). Cuando cumplió 12 años, ingresó a la JDC.
La familia quería que estudiara derecho, pero el joven sintió el llamado de Dios. Viajó a Santiago para ingresar al Seminario Diocesano, dirigido en ese tiempo por el sacerdote Carlos González Cruchaga, quien se transformaría en uno de sus maestros y que, en los años 80, cumpliría relevante papel en la Conferencia Episcopal. En el Seminario fue compañero de Jaime Estévez, Luis Eugenio Silva, Cristián Precht y Miguel Ortega.
Problemas familiares obligaron a Correa a retornar a Ovalle, donde se inició en la locución radial apoyando la candidatura presidencial de Eduardo Frei Montalva. Se transformó en lector asiduo de Jacques Maritain y de León Blois, de Graham Greene y de Morris West, en constante búsqueda de comprensión de los procesos que afectaban al mundo.
En 1965 viajó nuevamente a Santiago e ingresó a la escuela de filosofía de la Universidad Católica, estremecida por las reformas del Concilio Vaticano II. Los fines de semana acude al Seminario para sumergirse en discusiones teológicas y terrenales: pero empieza a alejarse de Santo Tomás y a interesarse en la lectura de Marx y otros pensadores socialistas. “El marxismo es parte de la modernidad de ese tiempo. Marx era un pensador tan legítimo como lo podían ser Freud, Darwin, Stuart Mills o Adam Smith”, ha dicho Correa en años recientes.

SUS VERTIENTES IDEOLOGICAS

Jaime Castillo Velasco, ideólogo del PDC, y Rodrigo Ambrosio, quien regresaba a Chile en marzo de 1966 tras haber estudiado dos años en París, se transformaron en sus más cercanos referentes intelectuales.
Rodrigo Ambrosio, formado por los jesuitas en Talca, había entrado en 1958, junto a Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón, a la primera promoción de la escuela de sociología de la UC, fundada por el legendario jesuita Roger Vekemans. Había partido a los 22 años a Europa, acompañado por Cristina Hurtado, Raimundo Beca, Tomás Moulian, Gabriela Tesmer y Marta Harnecker. En el viejo continente se reunieron con Claudio Orrego, Carmen Frei y Eugenio Ortega. Especializado en sociología agraria, Rodrigo Ambrosio se incorporó al Instituto de Desarrollo Agropecuario, donde junto a Jacques Chochol, Jaime Gazmuri y Juan Enrique Vega forman un núcleo ideológico que busca acelerar los cambios sociales y aglutinar a los “rebeldes” de la Juventud Demócrata Cristiana. Estos rebeldes eran liderados por Enrique Correa y Juan Enrique Vega. Juntos deciden postular a Rodrigo Ambrosio a la presidencia de la JDC en 1966, pero son derrotados. Al año siguiente, el 11 de agosto de 1967, esos jóvenes ocupan la Casa Central de la UC y sellan las puertas y accesos. El líder del movimiento reformista es Miguel Angel Solar; el jefe de la toma, es Carlos Montes.
La reforma agraria, en tanto, resulta incontenible. El 73% de la tierra cultivable estaba en manos del 2,3% de latifundistas. En los últimos tres años del gobierno de Frei Montalva se expropiarían 1.050 fundos.
En 1967 la línea rebelde se impone en la Junta Nacional de la JDC. Se rechaza la cuenta de Jorge Leiva, el presidente, y resulta electo Rodrigo Ambrosio, por 148 votos contra 87 de Luis Maira. Se aprueba un voto político que señala: “No estamos dispuestos a envejecer en la ambigüedad”.
Al año siguiente, en julio, se reúne otra vez la Junta Nacional de la JDC, con participación de 120 delegados. Ambrosio formula duras críticas al gobierno de Frei e identifica tres sectores dentro del PDC: el oficialista, al que califica de “divorciado permanentemente del partido y de su programa”; los que provenían de la antigua Falange, a los que trata de “indefinidos”; y los de avanzada, “que están por la vía no capitalista”.
Rodrigo Ambrosio entonces se pronunció por la bipolaridad para las siguientes elecciones presidenciales, manifestando que “para la campaña presidencial del 70 deben desaparecer del mapa las alternativas centristas o terceristas, que encubren, distorsionan y amortiguan la vida social real del país”. Ambrosio es ovacionado y el sector rebelde se impone por 156 votos contra 74, asumiendo Enrique Correa como nuevo presidente de la JDC.
Jaime Castillo no demora en responder: “Ambrosio y Correa, tan admiradores de la disciplina y del celo que existe en el Partido Comunista, donde la ropa sucia se lava en casa, llamaron a una conferencia de prensa -que la directiva prohibió- para mostrar nuestras reales o supuestas mugres a todos los redactores políticos. Los diarios de oposición no necesitan esforzarse para conocer nuestros problemas más serios y confidenciales. Sus “corresponsales” militan en nuestras propias filas y no en cargos subalternos”.

PAMPA IRIGOIN

En marzo de 1969, poco después de las elecciones parlamentarias en que el PDC reduce sus diputados de 82 a 55 (pero aumentó sus senadores de 12 a 20), se realiza una toma de terrenos en las cercanías de Puerto Montt, en Pampa Irigoin, que concluye con un violento desalojo por Carabineros: ocho pobladores mueren y más de 50 resultan heridos.
Los jóvenes rebeldes de la JDC se suman a la Izquierda y piden la salida del ministro del Interior, Edmundo Pérez Zújovic. Enrique Correa es pasado al tribunal de disciplina y removido de la presidencia de la JDC.
La fuerza de los rebeldes se sustentaba principalmente en los jóvenes democratacristianos de la UC. En la Universidad de Chile, en cambio, sus principales dirigentes, Jorge Navarrete y Jaime Ravinet, se alineaban con el freísmo y con la directiva del partido. Pero en la Casa de Bello disponían de dos entusiastas militantes, Gustavo Villalobos, secretario general de la Fech, y José Miguel Insulza, líder en la escuela de derecho.
El 9 de mayo de 1969, una semana después de la Junta Nacional del PDC en Talagante, donde se decide que Radomiro Tomic será candidato presidencial del partido, se reúne en Peñaflor la denominada comisión coordinadora nacional del Movimiento de Acción Popular Unitaria (Mapu), y se presenta un informe político que denuncia “el fracaso de la experiencia reformista” de Frei. Se le acusa de renunciar a un programa de reformas estructurales de la sociedad chilena. En su declaración de principios, los mapucistas se definen como “fuerza de vida y escuela para el poder” y reconocen que “nos construimos desde ahora para dirigir la Patria”.
Tres meses después, el Mapu se integra a la Unidad Popular, designando como su candidato presidencial a Jacques Chonchol. Más tarde, apoyarían a Pablo Neruda, a Rafael Agustín Gumucio y a Aniceto Rodríguez. Rodrigo Ambrosio, a diferencia de Enrique Correa, se niega a apoyar a Salvador Allende.
El 30 de octubre de 1970 el Mapu inicia su primer congreso. Ambrosio asume como secretario general y Enrique Correa como subsecretario. Este, para ganarse la vida, compartía su labor política con la enseñanza del marxismo en la Universidad Técnica del Estado.
Ambrosio se marcha a Concepción. Está convencido de que los obreros del acero de Huachipato serán la nueva vanguardia de la revolución. El máximo dirigente del Mapu se consideraba un hombre de acción, con poco tiempo para la teoría. Para suplir esa falencia, sus compañeros Moulian y José Joaquín Brunner le hacían resúmenes sobre las ideas de los principales teóricos de Izquierda.
En 1971, Juan Enrique Vega es designado embajador en Cuba y Correa, pasa a desempeñarse como asesor político de Clodomiro Almeyda, en la Cancillería. En 1972 asume otro cargo en el Mapu y es reemplazado en el Ministerio de Relaciones Exteriores por José Miguel Insulza.

EN EL GOBIERNO
DE ALLENDE

El Mapu en el período de la Unidad Popular consigue colocar numerosos militantes en cargos de gobierno: Jacques Chonchol, ministro de Agricultura; Juan Carlos Concha, ministro de Salud; José Antonio Viera-Gallo, subsecretario de Justicia; Oscar Guillermo Garretón, subsecretario de Economía; Carmen Gloria Aguayo, secretaria de Desarrollo Regional; Fernando Flores, ministro de Hacienda, además de los citados Vega, Correa e Insulza.
Deciden dar un nuevo paso: declaran al Mapu un partido marxista. Esto hace que se retiren Chonchol, Rafael Agustín Gumucio, Alberto Jerez y Julio Silva Solar, que darán vida a la Izquierda Cristiana.
En 1972, acompañado por Carlos Portales, Rodrigo Ambrosio parte en gira a China, Vietnam y Corea del Norte. Luego a Europa y finalmente a Cuba, donde se entrevista con Fidel Castro y le pide armas para defender la revolución chilena. A su regreso al país, muere en un accidente automovilístico, el 19 de mayo de 1972.
La conducción del Mapu es asumida por Jaime Gazmuri. Enrique Correa renuncia durante dos meses, por considerar que el Mapu debía integrarse al Partido Comunista. Por esos días, algunos sectores de Izquierda identificaban al movimiento como el “Partido Comunista Bandera Verde”.
El 7 de marzo de 1973, debido a crecientes disputas internas, el Mapu se divide en dos fracciones: una marxista-leninista, encabezada por Oscar Guillermo Garretón y Eduardo Aquevedo; la otra, por Gazmuri, Correa y Fernando Flores, que critica a Garretón por su apoyo a la ultraizquierda.
Se suceden las declaraciones, expulsiones recíprocas e incluso enfrentamientos físicos entre ambos bandos, que pugnan por apropiarse de las sedes partidarias. El Mapu-Garretón recibe el apoyo del PS, del MIR y de la Izquierda Cristiana; el Mapu-Gazmuri cuenta con la simpatía del PC. En eso los sorprende el golpe militar del 11 de septiembre.

EL GOLPE Y LOS ASILOS

Al promediar diciembre, Carlos Portales ayuda a Enrique Correa a asilarse en la embajada de Perú.Poco después, viaja a la Unión Soviética, donde se vincula con altos personeros del PCUS, colabora con el programa Escucha Chile, de Radio Moscú y recolecta dinero para su nueva misión en el Mapu Obrero-Campesino, el MOC: organizar la resistencia armada en la clandestinidad.
En 1975 se decide su primer ingreso a Chile como jefe del aparato militar de su partido. Es sometido a una estricta dieta que lo hace bajar de 120 a 75 kilos. Le eliminan parte del pelo y le hacen entradas en la frente. Reemplazan sus lentes ópticos y le afeitan la barba. Ingresa al país clandestinamente y vive en Providencia, bajo la falsa identidad de un sociólogo que trabajaba en un estudio de arquitectos.
En 1977 regresa a Europa y se instala en Berlín oriental a solicitud de Clodomiro Almeyda. Informa a los exiliados que el régimen militar tiene férreo control del poder y que no hay modo de removerlo por la fuerza.
Asume como encargado en el exterior del MOC e inicia un período de renovación ideológica, distanciándose de Almeyda y acercándose a las tesis de Carlos Altamirano. “Altamirano es el precursor de la renovación en el socialismo. Sin él, es probable que el PS hubiera seguido aliado al PC y no se hubieran superado las divisiones entre el centro y la Izquierda”, ha señalado Correa.
Viaja constantemente a Italia, donde se reúne con Insulza, Viera-Gallo, Estévez y otros miembros de su partido que también se sumergen en la renovación impulsada por Enrico Berlinguer y el PC italiano, que se conoce como eurocomunismo. Se instala en Roma entre 1980 y 1981.
La invasión soviética a Afganistán y la rebelión de los sindicatos polacos lo hacen distanciarse definitivamente de la URSS y los socialismos reales.
Entra y sale de Chile con bigotes y pelo teñido, bajo chapas tan diversas como la del “agrónomo Ismael Carmona” o los nombres políticos de “Carlos”, “Walter” o “José”. Vuelve para quedarse en 1981 y permanece clandestino hasta 1983, cuando se autoriza formalmente su regreso. Se dedica a trabajar con comunidades cristianas de base y sindicatos, retomando los vínculos creados en los años 60 y estableciendo nuevas redes de contactos, que serán relevantes al irrumpir las protestas sociales que, inicialmente, encabezan los trabajadores del cobre dirigidos por Rodolfo Seguel.
Correa se vincula a la Pastoral Obrera del Arzobispado de Santiago, donde trabaja con el abogado Jorge Donoso. Una de sus preocupaciones constantes es ayudar a la convergencia de las diversas corrientes socialistas y generar nuevas confianzas entre la Izquierda y la DC.
Su capacidad de organización lo lleva a transformarse en coordinador general del Comando por el No, en 1988, encargado de un vasto equipo que, entre otros, integran Angel Flisflich, Carlos Huneeus, Hugo Rivas, Carlos Vergara, Alejandro Foxley, Juan Gabriel Valdés, Eugenio Tironi, Ricardo Solari, Patricio Silva, Manuel Antonio Garretón, Isidro Solís, Carlos Montes, Carlos Figueroa, Gonzalo Martner y Germán Quintana.
Logrado el triunfo en el plebiscito, Correa inicia de inmediato una nueva operación política: lograr que Patricio Aylwin sea abanderado presidencial de la Concertación, en las elecciones de diciembre de 1989. El primer obstáculo es el secretario general del Comando por el No, Genaro Arriagada, que apoya a Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Pero Correa, asesorado por Ricardo Solari, consigue que Clodomiro Almeyda entregue su apoyo a Aylwin. Recurren a Juan Hamilton y Emilio Filippi para convencer al propio Aylwin.

NEGOCIADOR INCANSABLE

Electo presidente, Aylwin nombra a Correa como ministro Secretario General de Gobierno. A su lado está Eugenio Tironi, a cargo de la Secretaría de Comunicación y Cultura. Desde el segundo piso de La Moneda, otra vez gordo, con barba y lentes, el otrora tímido ovallino aprenderá a enfrentarse a las cámaras de televisión y descifrará las innumerables claves y secretos del poder. Junto con Edgardo Boeninger, ministro Secretario General de la Presidencia, optan por meter al refrigerador las demandas sociales, desactivan los comandos juveniles, las organizaciones poblacionales y los sindicatos. Consiguen en corto tiempo devolver a sus casas a decenas de miles de chilenos que, desde mediados de los 90, habían salido a las calles a reconquistar la democracia. Había llegado la hora de que los profesionales de la política retomasen las riendas del país.
Correa se encarga de negociar con Pinochet y el general Ballerino; se ocupa de la desactivación de los grupos armados, de limar aspereza con El Mercurio, de convencer a Fidel Castro para que llame al orden al FPMR, de formalizar acuerdos con Renovación Nacional, en fin, de los mil y un detalles de la transición a la democracia.
Concluida su labor, abandona La Moneda y se instala en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) para tomar un respiro y diseñar los siguientes pasos. Algunas exitosas asesorías en el extranjero y sus relaciones en todas las esferas lo llevan a incursionar en la recién aparecida “comunicación corporativa”, antecedente inmediato del lobby en Chile.
En 1997, Correa es asesor del Banco Interamericano de Desarrollo. Asociado con Fernando Flores convencen a empresarios mexicanos para invertir en América Central. En el rubro de las comunicaciones trabaja con Eugenio Tironi, asesorando a diversas empresas. A los cuatro vientos asegura “estar de vuelta de todos los integrismos que quieren dar explicaciones globales del mundo” y empieza a asumir públicamente sus errores: “No reconocimos lo que el gobierno de Frei Montalva representaba: un régimen progresista, moderno, conducido por un estadista tolerante y que distaba mucho de ser ese gobierno reformista e inclinado a la derecha que le adjudicamos”.
Primero fue Correa & Correa Consultores, hoy es Imaginaccion, su floreciente empresa de lobby. Entre sus clientes se cuentan CTC, Colbún, Corpora Tres Montes, Soprole, el proyecto Trillium, las empresas de telecomunicaciones, Almacenes París, American Monarch, CMS, Colmena, las pisqueras, las tabacaleras, el grupo Luksic, el grupo Urenda, Madeco, Consalud, AFP Habitat, Citibank, Banco del Desarrollo, Banco Santander, CAP, Agunsa, en fin, suma y sigue.
“Imaginar que porque los empresarios son gente de derecha, y muy de derecha, podrían conspirar para que al gobierno le vaya mal, sería un grave error. Eso no lo van a hacer nunca, porque saben que a ellos les va a ir bien si al gobierno de Lagos le va bien. Lo que estoy diciendo es que no son todavía suficientemente plurales. Todavía no son como son los empresariados del mundo, donde hay un poco de todo”, sostiene Correa

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