25 de junio de 2009

CARTA ABIERTA A LOS PERIODISTAS EN LUCHA POR LA DEMOCRACIA


El lector me proponía lo siguiente: que dedicara una edición entera de Papel Literario a “los traidores de la cultura”. El correo en cuestión, que recibí el pasado lunes 8 de junio, tenía como punto central el siguiente: que una de las artistas que representará a Venezuela en la próxima Bienal de Venecia “es de la oposición” y, por lo tanto, al aceptar esa invitación adquiría la categoría de cómplice de “las políticas de exclusión” del Ministerio de la Cultura.

En su querella, cuando éste lector me sugiere denunciar a todos los escritores que permiten que las editoriales del Estado les publiquen sus libros, está recurriendo, consciente o no, al mismo procedimiento de la infame lista de Tascón: estigmatizar a todos aquellos que, por las razones que sea, no son excluidos de las políticas culturales del régimen. El argumento de fondo es, por decir lo menos, profundamente negador: si el gobierno no te persigue, de ello se desprende que puedes ser considerado un traidor.

Si lo examinamos con cuidado, el episodio es más común de lo que parece: en privado, dirigentes de los partidos políticos de la oposición acusan a uno de sus pares de espiar para el gobierno. Sin contar con pruebas, hay gente que nombra a empresarios y les señala como ‘testaferros-de’. En ausencia de toda perspectiva se denuncia a emisoras de radio, a Televen y a Venevisión, como empresas cómplices o ‘vendidas’ al régimen. Un dirigente de la oposición dice, durante una entrevista radial, que las misiones le parecen una idea “rescatable”, sólo que no deberían ser excluyentes: de inmediato se producen dos llamadas telefónicas de ciudadanos opositores: en la primera le preguntan si no será (sic) que recibe pago de las misiones; en la segunda, le advierten sobre la inconveniencia de dar buenas ideas al gobierno.

Estos hechos podrían remitirnos, y tal es el propósito de esta carta, a dos posibles preguntas. La primera: ¿Qué tipo de pensamientos subyacen en la visión política que niega, dentro de su propio campo, a quienes no adoptan una determinada conducta de confrontación política? Y la segunda: ¿Conviene a las fuerzas democráticas venezolanas mantener, a todo costo, un modelo único de oposición al régimen de Chávez?

Si se me permite la generalización, diré que tenemos al menos cuatro oposiciones conviviendo a un mismo tiempo: Una, que persiste en contra de las dificultades y cuyas actuaciones son visibles cada día, que dedica la mayoría de sus energías a combatir al régimen, haciendo uso de todos los recursos que la precaria legalidad vigente le permite. La llamaré la oposición heroica. Otra, la oposición no militante, integrada por varios millones de personas en todo el país, que rechazan al régimen en un marco limitado y esporádico de acciones, mientras continúan haciendo sus vidas lo mejor que pueden, en medio de un país cuyas condiciones son cada vez más hostiles. Luego está la oposición latente, constituida por todos aquellos que, por distintas razones, sometidos a las más diversas presiones y amenazas, coaccionados a través de múltiples mecanismos, guarda silencio, se mueve con cautela, no se manifiesta a favor de la oposición, se acoge a las modalidades y exigencias que el régimen le exige. Por último está la oposición escapista, personas atravesadas por una fragilidad reconocible, que prefieren evadir lo doloroso que les resulta esta realidad, y se aíslan en sus proyectos, u optan por una suerte de suspensión de los vínculos políticos con la realidad de todos los días.

Basta con leer a los grandes novelistas y pensadores de Europa que conocieron las distintas dictaduras, para encontrarnos con una idea que merece mayor dedicación de nuestra parte: los lazos internos de la sociedad, los valores y símbolos compartidos de la vida en común tienden a romperse bajo el poder ciclópeo de lo totalitario. Lo que nos está ocurriendo en Venezuela, ya ha sido narrado y pensado por Danilo Kis, Sándor Márai, Joseph Roth, Milan Kundera, Czeslaw Milosz, Alexander Tisma y muchos otros. En estos mismos días, mientras leía el monumental estudio de Orlando Figes sobre la vida cotidiana en la Rusia de Stalin, y a pesar de la enorme distancia que dificultan las comparaciones entre los dos procesos, no puedo dejar de pensar en aquellas cosas en que ambos se asemejan: la desconfianza entre las víctimas; la activa maledicencia entre unos y otros; el radical rompimiento de las solidaridades que facilitó la instauración irreversible de un régimen represivo y omnipotente.

Y vuelvo aquí a nuestra Venezuela: nos está ocurriendo, producto de la angustia que nos acecha a cada minuto, que nos hemos convencido a nosotros mismos de que el único modelo político-moral legítimo es el que encarna la oposición heroica. Es decir, los individuos que han decidido concentrar sus vidas en la lucha política en contra de la dictadura, muchos de los cuales, a menudo exponen sus vidas ante los órganos de represión que han recibido la orden de disparar en contra de las manifestaciones, o están presos o en el exilio.

Lo esencial de mi argumento es lo siguiente: los venezolanos y venezolanas tenemos una deuda personal y colectiva con nuestra oposición heroica. Ahora y en el futuro es imprescindible reconocer la enorme contribución que han prestado para mantener el estrecho margen de libertades que aún se preserva. Pero como bien sabemos, de la Ilíada a Falke, algunos héroes a menudo pueden resultar muy peligrosos, cuando exigen a los demás la subyugación total a sus criterios, y cuando actúan más allá de sus fuerzas y de lo que la sensatez indica (lo cual me lleva a la pertinente tesis de Tzvetan Todorov, quien nos recuerda que en las luchas contra el totalitarismo, hay que eludir la tentación del sacrificio inútil, del martirio que no alcanza otro objetivo que el martirio mismo).

Si aceptamos como legítima la existencia de un nivel básico de responsabilidad política, acordaremos que hoy por hoy, la mayor de todas las tareas consiste en preservar todos, absolutamente todos los espacios que están bajo el control y la participación de los hombres y mujeres que integran la sociedad democrática. Si la preservación de Globovisión es un objetivo fundamental de nuestra lucha, también lo es el respeto sin fisuras a todos los modos de oponerse, de resistir, de persistir bajo la dictadura.

Y aquí entro en una consideración de orden político moral: cuando Chávez dice quien no está conmigo está en mi contra; cuando reclama a los suyos la adopción de conductas y discursos radicales; cuando advierte que quien no le apoye es un enemigo de la Patria; cuando llega al delirio de afirmar que la revolución es más importante que la familia, niega al otro. Pretende someter a los demás al dominio de lo único y total, que es el nervio central del pensamiento totalitario.

Pero pasa que de nuestro lado, en algunos casos, a veces la situación no es muy distinta: cuando nos solazamos hablando de ‘traidores’, ‘vendidos’ y mendacidades semejantes; cuando moralizamos teniendo como base nuestra rabia, nuestros desconocimientos y nuestros prejuicios; cuando aplaudimos ciertos inútiles sacrificios, para disfrutar de la corta gratificación emocional que nos producen; cuando nos hacemos eco de la proyección de un único modelo de oposición y resistencia, nuestros pensamientos también están incurriendo en la negación del otro, apelando al dominio de lo único y total.

Es en virtud de esta consideración, que sostengo que no es posible continuar desvirtuando, socavando o injuriando a las demás oposiciones. Y esto, no sólo por el cuidado que debemos a un principio de la mentalidad democrática (que es razón más que suficiente), sino también porque, después de todo cuando ha ocurrido no es posible continuar eludiendo una presunción política vital: que esta lucha será todavía más larga y que, en consecuencia, es responsable hacer acopio de energías, darle oportunidad a nuevos cuadros políticos, mantener la mayor cantidad de espacios accesibles a la ciudadanía democrática, y hasta repensar la oposición como diligencia heroica, para dar paso a una política de largo aliento, basada en, al menos, dos premisas: (1) Aproximación y acuerdo con todos los factores políticos del país, sin excepción; y (2) Creación perentoria y lanzamiento de una plataforma de país que pueda ofrecerse como alternativa al Socialismo del Siglo XXI.

El beneficio de un ajuste en la perspectiva de la política heroica de la oposición democrática que me atrevo a sugerir, bajo el riesgo de opinar sobre una materia donde abundan personas con larga y duradera experiencia, no es una ilusión: por cuarta vez desde 1999, Chávez vive un momento de declive en la percepción y en los sentimientos de los venezolanos. Las encuestas recientes, con sus distintos enfoques y metodologías, coinciden en esto: hay un debilitamiento de la popularidad de Chávez y, también, de la receptividad que la mayoría de los venezolanos está dispuesta a concederle a algunos de sus planteamientos clave. La pregunta que se nos plantea en esta nueva coyuntura: ¿ahora sí aprovecharemos la oportunidad que se nos abre para el surgimiento de una quinta oposición, que me permito llamar la oposición potencial?

Escribo esta carta en primera persona del plural porque me parece necesario evitar toda forma de moralización. Es desde la duda, el lugar desde donde formularé dos interrogantes:

La primera: Día a día, grupos de ciudadanos, comunidades, trabajadores del transporte público, motorizados, médicos, personas desencantadas o engañadas a quienes el régimen hizo promesas que no se han cumplido, salen a las calles a exigir sus derechos. Pregunto con respeto: ¿Es correcta la percepción de que dirigentes, asociaciones, gremios, partidos políticos y figuras de la oposición democrática, salvo excepciones, nunca o casi nunca tienen relación alguna con esta ebullición? ¿Me equivoco al decir que las luchas reivindicativas y populares parecen ir por un camino distinto a las actividades de la oposición establecida?

La segunda: ¿Podemos creer que basta el desencanto del pueblo venezolano hacia Chávez para que la oposición potencial se convierta en realidad, o es necesario un mínimo edificio conceptual que podamos levantar como alternativa al Socialismo del Siglo XXI, y que destierre el sentimiento que tienen muchos venezolanos de que desplazar a Chávez es dar un salto al vacío?

He enviado esta larga correspondencia, convencido de que estamos ante una posibilidad cierta de avanzar y consolidar a la oposición democrática como una clara mayoría en el país. Pero el logro de este objetivo, ni está garantizado ni depende de la intensidad de nuestros deseos. Hace falta una oposición unida, que sea capaz de alejarse de pequeñeces, pases de factura y vanas disputas intestinas. Hace falta que, paralelo al discurso de confrontación que practican los guerreros de la política, se proponga, de una vez por todas, una visión de país, una posibilidad distinta y mejor a la que Chávez propugna con el falaz nombre de Socialismo del Siglo XXI. Hace falta que cada uno de nosotros, desde su posibilidad y ámbito de acción, se asocie a las luchas reivindicativas que continuarán produciéndose aquí y allá.

Por último, un tema espinoso: los mismos sistemas de medición que registran a baja de Chávez, reclaman medios más objetivos, información más balanceada. Esto está claro: la oposición potencial (a quien ha sido endilgada una doble negación: los ni-ni), y buena parte del país que comparte de alguna manera los parámetros de la cultura democrática, dice dos cosas de modo simultáneo:no-quiero-que-cierren-a-Globovisión y, también, quiero-sentir-que-el-periodismo-se-ejerce-con-una-voluntad-de-mayor-equilibrio. A esta hora decisiva de la vida pública venezolana, ¿Nos competen estas peticiones? ¿Nos importan? ¿Podemos hacer algo al respecto?

Van mis respetos, mis saludos y mis buenos deseos.

Nelson Rivera

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