26 de abril de 2010
Jaime Bayle: Vendrán a matarte
En un artículo publicado este domingo en El Nuevo Herald, Jaime Bayle cuenta su encuentro con el jefe de la policía colombiana que le informó del plan para asesinarlo. “Te van a matar en Lima (…) El plan ya está en marcha, sólo les falta reclutar a los sicarios”, dijo.
Miércoles. Cuatro y media de la tarde. Bar inglés de un hotel de Bogotá.
El jefe de la policía me ha llamado la noche anterior y me ha dicho que tiene algo urgente que decirme.
Es un hombre de mediana edad, de modales refinados, vestido como si fuera el embajador inglés.
Me dice en voz baja, mostrándome unos papeles, dándome nombres, que en Caracas hay un grupo que tiene la misión de matarme.
La información es precisa y parece confiable.
Me dice que el atentado puede ocurrir en Bogotá antes de las elecciones de mayo, pero los que me quieren matar han comprobado que en Bogotá me muevo en autos blindados y con escoltas armados y por lo tanto han decidido ejecutar el plan en Lima.
Te van a matar en Lima, me dice el jefe de la policía. El plan ya está en marcha, sólo les falta reclutar a los sicarios, añade.
La ventaja de matarte en Lima es que la conexión con Caracas no sería evidente, dice mi informante.
Tienes que cuidarte en Bogotá, pero más en Lima, me dice el policía que parece salido de una portada de GQ. En Lima eres más vulnerable. Y Chávez no va a permitir que ganes las elecciones. Te matarán. Mis fuentes son confiables. El plan está en marcha. Mi jefe me ha ordenado informarte.
El jefe de la policía se va sin pagar la cuenta.
Desde que me mudé a Bogotá, sé que puede pasar una moto, dispararme y matarme y no por eso dejo de salir a caminar de madrugada (los árboles del barrio son de noche un espectáculo fascinante, hechicero) y no por eso dejo de burlarme del dictador de Caracas.
Lo que no había pensado es que mis enemigos tramarían la emboscada en Lima. En Lima camino al banco, a comprar los diarios, a la farmacia. En Lima manejo solo la camioneta. Nadie me cuida. No llevo un arma. Sería fácil matarme.
No sé si seré candidato presidencial. Todo sugiere que será imposible evitarlo. De ser así, debo creerle a mi informante. Debo cuidarme. No me asusta que quieran matarme. Me excita en cierto modo. Le da a mi vida una importancia que no tiene.
Hago un par de llamadas y me aseguro de que llegando a Lima me esperará un auto blindado y un escolta.
Sin embargo, llegando a Lima no está el auto blindado ni el escolta.
De inmediato me rodean cuatro hombres en trajes negros y me dicen que son de Seguridad del Estado y me suben a una camioneta y me informan de que hay una orden para cuidarme. Llevan armas cortas y no tan cortas. Son profesionales. Me dicen sus nombres. Hablan poco, no se distraen.
Les pido que me consigan un arma. No será problema, me dicen. Pero tiene que aprender a disparar, añaden. Sé disparar desde niño, les digo. Me enseñó mi padre.
Ya nada es igual en Lima. Ya ordené un auto blindado. Ya no puedo caminar solo. Adonde voy, me siguen varios hombres.
Necesito una pistola, les digo. No se preocupe, me dicen. Si es posible con silenciador, digo. Podemos conseguirle una italiana con silenciador, me dicen. Usada pero en buen estado y cuando dispara es una sedita, añaden.
Lo bueno de que vengan a matarme los matones de Chávez es que moriré rápidamente y con la gloria inútil de perder la vida por defender mis ideas. Lo bueno de que me maten los sicarios de Caracas es que me ahorrarán el trabajo de hacerlo yo mismo. No quiero morir como mi padre, después de una quimioterapia. Quiero una muerte repentina, pública y gloriosa. Quiero una muerte en combate, en medio de un fuego cruzado, después del placer de ver morir a uno de mis enemigos. Esa sería la muerte perfecta: cargarme a un par de los sicarios que me han emboscado, verlos caer despanzurrados, vomitar una lluvia de plomo sobre ellos y que uno de esos miserables, ya caído, antes del último estertor, consiga disparar y reventarme el corazón y que mi cadáver quede tendido sobre una calle de Lima.
engan a matarme. Los espero. Moriremos juntos y me cubrirán de gloria inútil y me salvarán de una muerte mediocre, penosa, vulgar. Moriré matando y honrando así la memoria pistolera de mi padre.
Mequetrefes, bribonzuelos, hampones de pacotilla: vengan por mí, los espero, no les tengo miedo, les agradezco que se tomen el trabajo de venir a matarme, vivir es un oficio extenuante y morir matando a un par de crápulas al servicio del tiranuelo de Caracas debe de ser la mejor manera de morir.
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