
Carolina Sanz
(V&L)
El nudo “ejército-partido-estado” de la revolución bolivariana socialista de Venezuela es afianzado a diario por el presidente Hugo Chávez. “No vamos a agredir a nadie, pero que nadie se equivoque con nosotros y venga” a agredir o violar la soberanía nacional, porque hay un “pueblo organizado en armas”, advierte Chávez, al exhibir su poder militar y mostrar la desafiante capacidad bélica de las fuerzas armadas venezolanas.
Este es el párrafo inicial de un amplio reportaje realizado por un enviado especial del prestigioso diario El Universal de México, publicado esta semana en ese país.
Chávez controla los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo y los hilos del aparato electoral, pero también manda sobre el ejército y el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y domina medios estatales de comunicación y estratégicos aparatos económico como telecomunicaciones y electricidad y las industrias de petróleo, cemento y siderurgia.
Vestido de traje verde de Comandante en Jefe del ejército, con boina y camiseta rojas, y con la banda presidencial sobre su pecho, Chávez pasaba revista recientemente a las tropas venezolanas. “Los soldados somos el pueblo mismo en uniforme. Soldados y pueblo están más unidos que nunca, para decirle al imperio que Venezuela nunca más será colonia de nadie, ni de la oligarquía ni del imperio”, subraya.
En abril de 2002, Chávez fue depuesto en una conjura de sectores empresariales, militares, eclesiásticos y políticos venezolanos apoyados, según Venezuela, por los gobiernos de Estados Unidos y España. El golpe fracasó cuando cientos de miles de venezolanos se lanzaron a las calles a rechazar la versión de que Chávez había dimitido y denunciar que estaba secuestrado en una base militar, desde donde retornó triunfante, mientras el plan golpista era desmantelado.
La revolución es “amenazada permanentemente por los planes del imperio”, que pretende imponer una “tiranía fascista”, aduce. De pronto, grita que “Patria es revolución”, ya que “sin revolución no habría Patria”.
Como reservistas o efectivos, 6.500 hombres y mujeres desfilaban frente al gobernante como cadetes, otros con sus rostros embadurnados, con trajes de guerra, o como tropas especiales, junto a tanques hechos en Brasil y demás vehículos de guerra. Helicópteros o aviones de guerra Suckoi 30, de fabricación rusa, sobrevolaban la zona en un impresionante despliegue de poder militar… y político.
El escenario de control “chavista” parece una implacable invasión de hormigas que, poco a poco, penetra por todos los rincones de una tierra que, pese a flotar en los multimillonarios ingresos de la exportación de petróleo que solo este año dejarán utilidades mínimas por más de 9 mil millones de dólares, sufre una creciente y aguda crisis socioeconómica.
Desde la policía capitalina hasta el más histórico hotel caraqueño, pasando por un teleférico y por las industrias de electricidad, cemento, siderúrgica, petróleo y telecomunicaciones, la nacionalización de sectores estratégicos del aparato productivo avanza implacable en Venezuela.
“Hotel Alba Caracas”, contesta una operadora telefónica de lo que, hasta hace cerca de un año, era el Hotel Caracas Hilton y que Chávez compró a la cadena mundial hotelera estadounidense. Los huéspedes son ahora generales y coroneles del ejército y ministros y autoridades del gobierno venezolano que instalaron allí sus oficinas, emulando a los revolucionarios cubanos que, en el año 1959, ocuparon triunfantes el Hotel Habana Hilton para convertirlo en el Hotel Habana Libre.
Sin el brillo ni lujo de otros tiempos, y bautizado en honor a la Alternativa Bolivariana para las Américas formada por Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Dominica para enfrentar el libre comercio impulsado por Washington, Estados Unidos, el Alba Caracas también alberga a nuevas y viejas generaciones de estudiantes y profesores de la izquierda latinoamericana, diputados y dirigentes políticos e invitados del régimen socialista de Chávez.
“Venezuela es ahora de Chávez”, reclama el diputado Ismael García, líder de Podemos, ex-aliado del mandatario y único partido opositor venezolano representado en la Asamblea Nacional. “Todo lo quiere controlar el capitalismo de Estado de Chávez y así el sector productivo no prospera”, añade. En una entrevista con El Universal, García declara que un ejemplo de la política de “arrodillar al sector privado” es la nacionalización de la industria cementera, que afecta a Cementos Mexicanos, de México, Holcim, de Suiza, y Lafarge, de Francia. “Todo el que quiera cemento en Venezuela, ahora tendrá que ir arrodillado a pedírselo a Chávez”, advirtió.
“Chávez debió informar primero a las empresas afectadas y pasar el asunto a la Asamblea, para estudiar y demostrar al país que la nacionalización era necesaria. Pero no lo hizo así y provoca inestabilidad económica y desincentiva la inversión, creando un monstruo de estado ineficiente, incapaz e incompetente”, dice.
No obstante, Chávez sigue ocupando ámbitos privados de producción. Una broma entre los capitalinos es que el gobierno podría llegar a ser zapatero y verdulero, porque ya es hasta hotelero u operador de teleférico. La policía caraqueña pasó de control de la Alcaldía a dominio gubernamental. La estatización de electricidad, telecomunicaciones e industria petrolera precedieron en 2007 a las dictadas en abril de este año sobre la actividad cementera y una siderúrgica.
¿Y a qué estrategia responden las nacionalizaciones? Estrategas del gobierno se arropan en el “socialismo del siglo XXI”, plataforma anticapitalista de Chávez.
“Algunas empresas básicas son fundamentales, cruciales, para poder llevar adelante, en perfecta coordinación, todo nuestro plan de desarrollo nacional”, aduce el ministro venezolano de Energía, Rafael Ramírez. La nacionalización del cemento, insiste, fue decretada porque “el sector de la construcción estaba teniendo restricciones, cuellos de botella en materiales de insumo”.
La propaganda “chavista” repite que la prioridad son los pobres y la justicia social, con la vivienda entre sus claves para derrotar a la marginación.
En un país con poco más de 27 millones de habitantes en el que los escenarios de miseria nada envidian de cuadros similares en el resto de América Latina y el Caribe, hay más de 10 millones hundidos en la pobreza. Y frente a la nacionalización de poderosas transnacionales, alguien murmuró que… los ricos también lloran.
(V&L)
El nudo “ejército-partido-estado” de la revolución bolivariana socialista de Venezuela es afianzado a diario por el presidente Hugo Chávez. “No vamos a agredir a nadie, pero que nadie se equivoque con nosotros y venga” a agredir o violar la soberanía nacional, porque hay un “pueblo organizado en armas”, advierte Chávez, al exhibir su poder militar y mostrar la desafiante capacidad bélica de las fuerzas armadas venezolanas.
Este es el párrafo inicial de un amplio reportaje realizado por un enviado especial del prestigioso diario El Universal de México, publicado esta semana en ese país.
Chávez controla los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo y los hilos del aparato electoral, pero también manda sobre el ejército y el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y domina medios estatales de comunicación y estratégicos aparatos económico como telecomunicaciones y electricidad y las industrias de petróleo, cemento y siderurgia.
Vestido de traje verde de Comandante en Jefe del ejército, con boina y camiseta rojas, y con la banda presidencial sobre su pecho, Chávez pasaba revista recientemente a las tropas venezolanas. “Los soldados somos el pueblo mismo en uniforme. Soldados y pueblo están más unidos que nunca, para decirle al imperio que Venezuela nunca más será colonia de nadie, ni de la oligarquía ni del imperio”, subraya.
En abril de 2002, Chávez fue depuesto en una conjura de sectores empresariales, militares, eclesiásticos y políticos venezolanos apoyados, según Venezuela, por los gobiernos de Estados Unidos y España. El golpe fracasó cuando cientos de miles de venezolanos se lanzaron a las calles a rechazar la versión de que Chávez había dimitido y denunciar que estaba secuestrado en una base militar, desde donde retornó triunfante, mientras el plan golpista era desmantelado.
La revolución es “amenazada permanentemente por los planes del imperio”, que pretende imponer una “tiranía fascista”, aduce. De pronto, grita que “Patria es revolución”, ya que “sin revolución no habría Patria”.
Como reservistas o efectivos, 6.500 hombres y mujeres desfilaban frente al gobernante como cadetes, otros con sus rostros embadurnados, con trajes de guerra, o como tropas especiales, junto a tanques hechos en Brasil y demás vehículos de guerra. Helicópteros o aviones de guerra Suckoi 30, de fabricación rusa, sobrevolaban la zona en un impresionante despliegue de poder militar… y político.
El escenario de control “chavista” parece una implacable invasión de hormigas que, poco a poco, penetra por todos los rincones de una tierra que, pese a flotar en los multimillonarios ingresos de la exportación de petróleo que solo este año dejarán utilidades mínimas por más de 9 mil millones de dólares, sufre una creciente y aguda crisis socioeconómica.
Desde la policía capitalina hasta el más histórico hotel caraqueño, pasando por un teleférico y por las industrias de electricidad, cemento, siderúrgica, petróleo y telecomunicaciones, la nacionalización de sectores estratégicos del aparato productivo avanza implacable en Venezuela.
“Hotel Alba Caracas”, contesta una operadora telefónica de lo que, hasta hace cerca de un año, era el Hotel Caracas Hilton y que Chávez compró a la cadena mundial hotelera estadounidense. Los huéspedes son ahora generales y coroneles del ejército y ministros y autoridades del gobierno venezolano que instalaron allí sus oficinas, emulando a los revolucionarios cubanos que, en el año 1959, ocuparon triunfantes el Hotel Habana Hilton para convertirlo en el Hotel Habana Libre.
Sin el brillo ni lujo de otros tiempos, y bautizado en honor a la Alternativa Bolivariana para las Américas formada por Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Dominica para enfrentar el libre comercio impulsado por Washington, Estados Unidos, el Alba Caracas también alberga a nuevas y viejas generaciones de estudiantes y profesores de la izquierda latinoamericana, diputados y dirigentes políticos e invitados del régimen socialista de Chávez.
“Venezuela es ahora de Chávez”, reclama el diputado Ismael García, líder de Podemos, ex-aliado del mandatario y único partido opositor venezolano representado en la Asamblea Nacional. “Todo lo quiere controlar el capitalismo de Estado de Chávez y así el sector productivo no prospera”, añade. En una entrevista con El Universal, García declara que un ejemplo de la política de “arrodillar al sector privado” es la nacionalización de la industria cementera, que afecta a Cementos Mexicanos, de México, Holcim, de Suiza, y Lafarge, de Francia. “Todo el que quiera cemento en Venezuela, ahora tendrá que ir arrodillado a pedírselo a Chávez”, advirtió.
“Chávez debió informar primero a las empresas afectadas y pasar el asunto a la Asamblea, para estudiar y demostrar al país que la nacionalización era necesaria. Pero no lo hizo así y provoca inestabilidad económica y desincentiva la inversión, creando un monstruo de estado ineficiente, incapaz e incompetente”, dice.
No obstante, Chávez sigue ocupando ámbitos privados de producción. Una broma entre los capitalinos es que el gobierno podría llegar a ser zapatero y verdulero, porque ya es hasta hotelero u operador de teleférico. La policía caraqueña pasó de control de la Alcaldía a dominio gubernamental. La estatización de electricidad, telecomunicaciones e industria petrolera precedieron en 2007 a las dictadas en abril de este año sobre la actividad cementera y una siderúrgica.
¿Y a qué estrategia responden las nacionalizaciones? Estrategas del gobierno se arropan en el “socialismo del siglo XXI”, plataforma anticapitalista de Chávez.
“Algunas empresas básicas son fundamentales, cruciales, para poder llevar adelante, en perfecta coordinación, todo nuestro plan de desarrollo nacional”, aduce el ministro venezolano de Energía, Rafael Ramírez. La nacionalización del cemento, insiste, fue decretada porque “el sector de la construcción estaba teniendo restricciones, cuellos de botella en materiales de insumo”.
La propaganda “chavista” repite que la prioridad son los pobres y la justicia social, con la vivienda entre sus claves para derrotar a la marginación.
En un país con poco más de 27 millones de habitantes en el que los escenarios de miseria nada envidian de cuadros similares en el resto de América Latina y el Caribe, hay más de 10 millones hundidos en la pobreza. Y frente a la nacionalización de poderosas transnacionales, alguien murmuró que… los ricos también lloran.
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