Editor de 'Foreign Policy'
(Editorial)
En las relaciones internacionales, entre la amistad y la dependencia, hay muy poca diferencia. Para evitar que lo primero sea una mera cobertura de una injerencia descarada, lo mejor es no recibir regalos ni ayudas, supuestamente generosas. El que regala, casi siempre, se pone en plano de superioridad respecto del que recibe para imponer sus ideas y sus intereses.
La velocidad y casi siempre sorpresiva acción del Primer Mandatario, en el frente externo, es cada vez menos comprensiva. Sin embargo, lo que vemos a simple vista nos da una idea aproximada de lo que realmente se trata. Es importante, comenzar este trabajo afirmando que ningún mandatario, a pesar de la cantidad de votos a su favor, tiene el derecho absoluto de tomar decisiones y de firmar acuerdos con otros países sin consultar a las instituciones nacionales pertinentes. No es correcto plantear al Parlamento la aprobación de hechos consumados.
Un convenio militar con Venezuela o con cualquier país del mundo debía ser, previamente, analizado con la institución castrense nacional y con otras estructuras relacionadas con la seguridad y la defensa. Un contrato entre Bolivia y Venezuela, se supone que contiene obligaciones y derechos. Ambos extremos deben responder a lo que evidentemente necesita Bolivia para mejorar su capacidad de auto determinación. Una visión meramente política, de este aspecto fundamental del Estado, en vez de beneficiar quizás haga daño.
La dependencia se da a través de mecanismos y canales propicios para tal relación desigual, uno de ellos es el castrense. Los militares bolivianos que forman parte de los niveles de dirección, han hecho cursos de especialidad en los Estados Unidos de Norteamérica y otras potencias occidentales. Las doctrinas que impulsaron no sólo acciones represivas, sino la toma del poder vienen de las escuelas, academias e institutos militares de aquellos países.
Ese fenómeno, ciertamente nocivo, hoy está siendo trasladado al ámbito de las relaciones con Venezuela y se lo está haciendo públicamente. El dinero que se distribuye sin comprobante, viene de aquel país. Nadie, ni los más ingenuos aceptarían que dicho regalo es incondicional. Por algún lugar o por algún medio, en la dinámica de la dependencia, el país dominante saca dos o tres veces más de lo que da.
El Presidente boliviano, a tiempo de alabar el convenio, ha dicho que los militares bolivianos necesitan su propia doctrina. Lo que supone una asistencia de los militares venezolanos, en esa materia, muy delicada.
Por lo que sabemos Venezuela también recibe asistencia militar de otros países. No sabemos si las condiciones están dadas para que se opere esa transferencia de conocimientos en mejores condiciones que antes. De todos modos si agregamos el acuerdo militar al dinero que en condiciones extrañas se recibe, la influencia venezolana en Bolivia será más abierta, casi oficializada.
(Editorial)
En las relaciones internacionales, entre la amistad y la dependencia, hay muy poca diferencia. Para evitar que lo primero sea una mera cobertura de una injerencia descarada, lo mejor es no recibir regalos ni ayudas, supuestamente generosas. El que regala, casi siempre, se pone en plano de superioridad respecto del que recibe para imponer sus ideas y sus intereses.
La velocidad y casi siempre sorpresiva acción del Primer Mandatario, en el frente externo, es cada vez menos comprensiva. Sin embargo, lo que vemos a simple vista nos da una idea aproximada de lo que realmente se trata. Es importante, comenzar este trabajo afirmando que ningún mandatario, a pesar de la cantidad de votos a su favor, tiene el derecho absoluto de tomar decisiones y de firmar acuerdos con otros países sin consultar a las instituciones nacionales pertinentes. No es correcto plantear al Parlamento la aprobación de hechos consumados.
Un convenio militar con Venezuela o con cualquier país del mundo debía ser, previamente, analizado con la institución castrense nacional y con otras estructuras relacionadas con la seguridad y la defensa. Un contrato entre Bolivia y Venezuela, se supone que contiene obligaciones y derechos. Ambos extremos deben responder a lo que evidentemente necesita Bolivia para mejorar su capacidad de auto determinación. Una visión meramente política, de este aspecto fundamental del Estado, en vez de beneficiar quizás haga daño.
La dependencia se da a través de mecanismos y canales propicios para tal relación desigual, uno de ellos es el castrense. Los militares bolivianos que forman parte de los niveles de dirección, han hecho cursos de especialidad en los Estados Unidos de Norteamérica y otras potencias occidentales. Las doctrinas que impulsaron no sólo acciones represivas, sino la toma del poder vienen de las escuelas, academias e institutos militares de aquellos países.
Ese fenómeno, ciertamente nocivo, hoy está siendo trasladado al ámbito de las relaciones con Venezuela y se lo está haciendo públicamente. El dinero que se distribuye sin comprobante, viene de aquel país. Nadie, ni los más ingenuos aceptarían que dicho regalo es incondicional. Por algún lugar o por algún medio, en la dinámica de la dependencia, el país dominante saca dos o tres veces más de lo que da.
El Presidente boliviano, a tiempo de alabar el convenio, ha dicho que los militares bolivianos necesitan su propia doctrina. Lo que supone una asistencia de los militares venezolanos, en esa materia, muy delicada.
Por lo que sabemos Venezuela también recibe asistencia militar de otros países. No sabemos si las condiciones están dadas para que se opere esa transferencia de conocimientos en mejores condiciones que antes. De todos modos si agregamos el acuerdo militar al dinero que en condiciones extrañas se recibe, la influencia venezolana en Bolivia será más abierta, casi oficializada.
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