17 de junio de 2008

Argentina al borde de crisis profunda


Eduardo Van Der Kooy
(Especial para V&L)

" Los fantasmas de la crisis del 2001 han vuelto. Esos fantasmas no merodean la estabilidad del Gobierno de Cristina Fernández, al cual no le falta poder, como le faltó al de Fernando de la Rúa, para conducir la crisis. Los fantasmas se vinculan a un creciente malhumor colectivo y, sobre todo, a una peligrosa disgregación social, política e institucional que disparó el conflicto con el campo, al cual Néstor Kirchner y la Presidenta dejaron fluir con imprudencia y escasa responsabilidad.

Hay una cuota de esa responsabilidad, bien inferior de la que le compete al Gobierno, que también convendría cargar sobre las espaldas de los dirigentes rurales. Fogonearon una protesta legítima, pero nunca supieron fijar límites. Cedieron siempre al calor y los aplausos de las muchedumbres. Esa protesta se les fue de las manos a la mayoría de ellos.

Ocurre que el Gobierno ha actuado siempre en este conflicto tarde y mal. Desde ya es preciso dejar algo en claro: no podría existir objeción a la idea de asegurar el libre tránsito. Pero esa no es esa la historia de un Gobierno que, resguardado en la convicción del no uso de la fuerza, permitió en infinidad de ocasiones la proliferación de piquetes.

El primer cálculo fallido sucedió semanas atrás. El pleito circulaba hacia una distensión cuando se dispuso en San Pedro la captura de varios productores y dirigentes de la oposición. Una solución no parecía ayer tan cerca, pero la detención de De Angeli ahuyentó cualquier esperanza.

Todas esas cosas nunca suceden por casualidad y dejan siempre sus huellas políticas. El matrimonio Kirchner posee un concepto blindado del poder donde el poder mismo resume la política. No concibe a esa política como un vehículo de diálogo y negociación, de avances y retrocesos en la búsqueda del objetivo deseado. El conflicto con el campo lo dejó en evidencia, aun cuando pueda aceptarse que la dirigencia rural también mostró cintura de yeso en momentos cruciales. El pleito con Uruguay parece otra demostración acabada: Kirchner y Cristina no tuvieron ni destreza ni paciencia para rehacer un diálogo que las ambivalencias de Tabaré Vázquez poco fomentaron.

Sucede además en la Argentina una peligrosa desarticulación de las instituciones en casi todos sus niveles. Se conoce el desangelado panorama en el universo político y del poder, pero se descubre también una realidad análoga en instancias intermedias sociales y gremiales. Pululan los grupos definidos como autoconvocados que responden sólo al mandato de las asambleas plebiscitarias, alejadas de cualquier sentido orgánico. Los autoconvocados han tenido un enorme peso en la estrategia que debieron darse los dirigentes de las entidades rurales. Los autoconvocados del transporte fueron también los que ayudaron a agudizar el conflicto. Los asambleístas de Gualeguaychú son, en gran medida, una representación de autoconvocados.

Cristina y Kirchner han enfrentado esa realidad de la peor manera. Se cerraron al diálogo, más allá de algún lenguaje esperanzador, y renunciaron a tratar de encarrilar la crisis. La crisis se colocó en la antesala del descontrol. No se puede circular en la mitad del país. Golpean los síntomas de desabastecimiento en ciudades y pueblos de las provincias más afectadas por el paro. El matrimonio pareció extraviar la noción verdadera sobre el conflicto, quizá porque ese conflicto tuvo un desarrollo y una participación en el interior difícil de mensurar desde la Casa Rosada o desde Olivos...".

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