Eduardo Klein
(Especial para V&L)
Predomina la improvisación en los actos de Gobierno. Por esa razón el efecto buscado con la cancelación de la deuda del Club de París se evaporó. Para colmo hubo una doble fricción con Washington. Los Kirchner no tienen un plan frente al escándalo de la valija.
Una semana parece esforzarse por asomar la cabeza. A la semana siguiente, casi con dramatismo, se vuelve a sumergir. No es ningún fenómeno indescifrable. Se trata simplemente de la secuencia radiográfica del gobierno de Cristina Fernández y Néstor Kirchner. Pasaron los peores momentos durante el largo conflicto con el campo. Pero los vientos de aquellos malos momentos siguen soplando de a rachas.
El problema de fondo no sería la alternancia natural de errores y aciertos. Aflora una cuestión política de fondo: el Gobierno carece de planificación, toma decisiones abruptas sin meditar siquiera el día después, recurre a emparches, no dispone de paciencia y deshace de un plumazo lo que, a lo mejor, le consumió tiempo edificar.
Vale esa percepción para el mundo doméstico y también para el exterior. Cristina y Kirchner se metieron en la pelea con el campo por una resolución que, está a la vista, nunca midieron en sus verdaderas consecuencias. El matrimonio tampoco previó las derivaciones que podía adquirir la discusión parlamentaria. Cuando esa discusión se terminó por el voto de Julio Cobos, la primera reacción de ambos fue fantasear con el abandono del poder.
Cristina asumió con el propósito de reducir en forma paulatina el aislamiento de la Argentina. Le tomó un mes largo encarrilar las relaciones con Washington desmadradas por el escándalo de la valija de Guido Antonini Wilson y por una reacción suya inapropiada. Esas relaciones se mantuvieron estables y opacas hasta la semana pasada cuando otras revelaciones del tenebroso valijero venezolano provocaron una réplica sanguínea del matrimonio presidencial. Pocos días antes el Gobierno había consultado con Tom Shannon, un hombre clave del Departamento de Estado para América latina, la posibilidad de una ayuda para refinanciar la deuda con el Club de París eludiendo la intervención del Fondo Monetario Internacional. Esa gestión no tuvo éxito y el Gobierno anunció la cancelación unilateral de aquella deuda. Buena parte de los países involucrados reaccionaron sorprendidos, aunque de todas formas saludaron la determinación.
Esa determinación comenzó a ser ajustada después del anuncio pomposo. Al revés de la lógica que demandaría cualquier decisión de semejante trascendencia. El Gobierno ya no sabe si abonará el total de la deuda, que orilla casi los US$ 7 mil millones. Ahora explica que se cancelaría sólo la deuda vencida, que representaría el 70% de aquel monto. El resto podría ser sometido a una negociación. ¿Cambio, improvisación? Un poco de cada cosa. Lo cierto fue que la inestabilidad mundial y la creciente demanda de dólares en el mercado interno habrían inducido al matrimonio a una reconsideración.
El Gobierno parece encerrarse cada día más entre los muros del matrimonio. Esa manifiesta estrechez genera desajustes frecuentes ante una realidad infinitamente más compleja que la de los años felices de Kirchner. ¿Cómo pudieron la Presidenta y su marido sorprenderse por las revelaciones de Antonini Wilson? La audiencia de Miami tenía marca en el calendario desde hacía meses. ¿No conoce la diplomacia y la inteligencia oficial nada de lo que se trama en torno a uno de los dos escándalos —el otro es Skanska— que más conmueven al poder? Kirchner acostumbra a entretenerse demasiado con las carpetas del espionaje interno. ¿Creyó el matrimonio que todo estaba superado luego de palmear la espalda del embajador estadounidense, Anthony Wayne, y del propio Shannon? Puede haber alguna impericia en la interpretación de las cosas que suceden. Pero lo que se hace inexplicable y riesgoso es que Kirchner, en especial, y Cristina pretendan oficiar de todo. De ex presidente y Presidenta. También de cancilleres, economistas y hasta de políticos para los enjuagues menores.
El Gobierno le apuntó a coro a Antonini Wilson. El venezolano es, sin dudas, un personaje de avería que habría cimentado su vida entre los negocios abundantes del chavismo y la protección política de estamentos en Miami. Basta comparar sus testimonios para certificar de quién se trata. Cuando fue detenido aquí afirmó que el dinero que portaba en la valija le pertenecía y estaba destinado a inversiones inmobiliarias. Le alcanzó para obtener la libertad y salir de la Argentina con supuesta protección kirchnerista y venezolana. Esa parte de la historia es conocida. Pero existe otra parte que compete al Gobierno, que no responde desde que estalló el escándalo.
¿Por qué razón Antonini Wilson viajó en un avión rentado por el Gobierno argentino? ¿Por qué se desplazó con tanta impunidad en el país, incluso en la Casa Rosada, después de haber sido detenido? ¿Por qué ahora involucra también en el escándalo a Julio De Vido luego de haber estampado a Claudio Uberti? ¿Por qué el Gobierno jamás le pidió una explicación rigurosa a Hugo Chávez por aquel viaje y otros comprobados de Antonini? ¿Por qué las tres causas abiertas en la Argentina a raíz del episodio están adormecidas? Cabrían a propósito una docena de interrogantes más. El Gobierno insiste con la extradición de Antonini y machaca con la hipótesis de un complot urdido entre el FBI y sectores de la Justicia estadounidense. Esa persistencia se va moldeando como una cortina de humo.
El escándalo de Antonini Wilson debiera servirle al Gobierno, entre otras cosas, para revisar la relación con Venezuela. Para revisar la forma de esa relación. Un vínculo sustentado en el comercio y en los negocios con la exclusiva participación del kirchnerismo puro. Un vínculo alimentado además por el ex presidente que le sirvió para pendular en la región frente a Washington. Aunque ese péndulo se corrió ahora demasiado hacia un extremo. La cercanía a Caracas parece perder la utilidad de tiempos pasados. Cristina sufrió un duro traspié cuando Chávez concretó la última compra de bonos de la deuda que los bancos venezolanos remataron rápido en el mercado paralelo. Otro dolor de cabeza le causó la traumática reestatización de la siderúrgica Sidor, controlada por la argentina Techint. La Presidenta está tratando a un socio distinto del que conoció Kirchner. Venezuela enfrenta dificultades económicas y sociales y Chávez tiene un desafío electoral a fin de año donde la oposición podría arrebatarle algunas alcaldías. El líder caribeño se radicalizó.
Cristina no irá esta semana a Caracas. El viaje se había anunciado a través de fuentes diplomáticas venezolanas. Jorge Taiana, el canciller, afirma que esa escala nunca estuvo contemplada. “Venezuela no. Directo a Nueva York”, ordenó Cristina. Hace tiempo que ella piensa en ese viaje porque conoce que la estabilidad con Washington podría ablandarle la relación con otras naciones poderosas. Esa preparación minuciosa haría más inoportuna e inentendible la fricción con Washington por un tema —la valija indiscreta— frente al cual debería tener definida hace rato una adecuada estrategia.
Esa estrategia está ausente. Las palomas de Washington —Wayne y Shannon— aseguran que la relación bilateral sigue normal aunque los Kirchner digan lo contrario. El Departamento de Estado tiene un objetivo mientras se dirime la contienda electoral en Estados Unidos: mantener puentes con la Argentina para que el Gobierno no se tiente con echarse a las faldas de Chávez.
Kirchner bramó cuando supo de la denuncia de Evo Morales contra el Embajador estadounidense en La Paz, a la que acusó de fomentar la rebelión de los departamentos que pugnan por la autonomía. Ese diplomático fue enseguida expulsado. Las teorías conspirativas brotan en la cabeza del ex presidente como los hongos en la humedad: calculó que aquella denuncia de Evo engarzaba a la perfección con el nuevo barullo de la valija y las dificultades de Chávez. En síntesis, una ofensiva coordinada del imperio. Un pensamiento simétrico al de Chávez.
El ex presidente le pidió a la Cancillería una declaración de dura condena a la intromisión extranjera. No hizo menciones explícitas, pero la alusión apuntó a Washington. Chávez directamente expulsó al embajador de EE.UU. La Casa Blanca tampoco se privó de ese juego alocado. ¿Sólo paranoia e histeria? Pocos dudan de que Washington aprovecha cada circunstancia para minar a Chávez y a Evo. El mandatario boliviano ganó hace sólo un mes un referéndum con el 63% de los votos y tiene ahora su país patas arriba. Resulta indiscutible la defensa de los gobiernos de la región como lo hicieron, entre otros, la Argentina, Brasil y Chile. Pero la Argentina se arrimó demasiado a la hoguera. Brasil y Chile no.
Después del paso por Nueva York a Cristina le aguarda España. Esa visita fue dos veces postergada y ahora hace falta, para fijar la fecha del viaje presidencial, que finalice la reestatización de Aerolíneas Argentinas sin litigio con la empresa española propietaria. Mientras tanto, Kirchner rastrea el país y trata de aglutinar al peronismo. Promete un acto el 17 de octubre en Entre Ríos, pero el peronismo provincial le replicaría con un contraacto. Dice estar chocho con la economía e instruyó a los técnicos del INDEC a defender el índice de inflación ante las sospechas del mundo.
No se ha notificado —¿Cristina tampoco?— de que en la Argentina están haciendo falta imperiosamente otras cosas.
(Especial para V&L)
Predomina la improvisación en los actos de Gobierno. Por esa razón el efecto buscado con la cancelación de la deuda del Club de París se evaporó. Para colmo hubo una doble fricción con Washington. Los Kirchner no tienen un plan frente al escándalo de la valija.
Una semana parece esforzarse por asomar la cabeza. A la semana siguiente, casi con dramatismo, se vuelve a sumergir. No es ningún fenómeno indescifrable. Se trata simplemente de la secuencia radiográfica del gobierno de Cristina Fernández y Néstor Kirchner. Pasaron los peores momentos durante el largo conflicto con el campo. Pero los vientos de aquellos malos momentos siguen soplando de a rachas.
El problema de fondo no sería la alternancia natural de errores y aciertos. Aflora una cuestión política de fondo: el Gobierno carece de planificación, toma decisiones abruptas sin meditar siquiera el día después, recurre a emparches, no dispone de paciencia y deshace de un plumazo lo que, a lo mejor, le consumió tiempo edificar.
Vale esa percepción para el mundo doméstico y también para el exterior. Cristina y Kirchner se metieron en la pelea con el campo por una resolución que, está a la vista, nunca midieron en sus verdaderas consecuencias. El matrimonio tampoco previó las derivaciones que podía adquirir la discusión parlamentaria. Cuando esa discusión se terminó por el voto de Julio Cobos, la primera reacción de ambos fue fantasear con el abandono del poder.
Cristina asumió con el propósito de reducir en forma paulatina el aislamiento de la Argentina. Le tomó un mes largo encarrilar las relaciones con Washington desmadradas por el escándalo de la valija de Guido Antonini Wilson y por una reacción suya inapropiada. Esas relaciones se mantuvieron estables y opacas hasta la semana pasada cuando otras revelaciones del tenebroso valijero venezolano provocaron una réplica sanguínea del matrimonio presidencial. Pocos días antes el Gobierno había consultado con Tom Shannon, un hombre clave del Departamento de Estado para América latina, la posibilidad de una ayuda para refinanciar la deuda con el Club de París eludiendo la intervención del Fondo Monetario Internacional. Esa gestión no tuvo éxito y el Gobierno anunció la cancelación unilateral de aquella deuda. Buena parte de los países involucrados reaccionaron sorprendidos, aunque de todas formas saludaron la determinación.
Esa determinación comenzó a ser ajustada después del anuncio pomposo. Al revés de la lógica que demandaría cualquier decisión de semejante trascendencia. El Gobierno ya no sabe si abonará el total de la deuda, que orilla casi los US$ 7 mil millones. Ahora explica que se cancelaría sólo la deuda vencida, que representaría el 70% de aquel monto. El resto podría ser sometido a una negociación. ¿Cambio, improvisación? Un poco de cada cosa. Lo cierto fue que la inestabilidad mundial y la creciente demanda de dólares en el mercado interno habrían inducido al matrimonio a una reconsideración.
El Gobierno parece encerrarse cada día más entre los muros del matrimonio. Esa manifiesta estrechez genera desajustes frecuentes ante una realidad infinitamente más compleja que la de los años felices de Kirchner. ¿Cómo pudieron la Presidenta y su marido sorprenderse por las revelaciones de Antonini Wilson? La audiencia de Miami tenía marca en el calendario desde hacía meses. ¿No conoce la diplomacia y la inteligencia oficial nada de lo que se trama en torno a uno de los dos escándalos —el otro es Skanska— que más conmueven al poder? Kirchner acostumbra a entretenerse demasiado con las carpetas del espionaje interno. ¿Creyó el matrimonio que todo estaba superado luego de palmear la espalda del embajador estadounidense, Anthony Wayne, y del propio Shannon? Puede haber alguna impericia en la interpretación de las cosas que suceden. Pero lo que se hace inexplicable y riesgoso es que Kirchner, en especial, y Cristina pretendan oficiar de todo. De ex presidente y Presidenta. También de cancilleres, economistas y hasta de políticos para los enjuagues menores.
El Gobierno le apuntó a coro a Antonini Wilson. El venezolano es, sin dudas, un personaje de avería que habría cimentado su vida entre los negocios abundantes del chavismo y la protección política de estamentos en Miami. Basta comparar sus testimonios para certificar de quién se trata. Cuando fue detenido aquí afirmó que el dinero que portaba en la valija le pertenecía y estaba destinado a inversiones inmobiliarias. Le alcanzó para obtener la libertad y salir de la Argentina con supuesta protección kirchnerista y venezolana. Esa parte de la historia es conocida. Pero existe otra parte que compete al Gobierno, que no responde desde que estalló el escándalo.
¿Por qué razón Antonini Wilson viajó en un avión rentado por el Gobierno argentino? ¿Por qué se desplazó con tanta impunidad en el país, incluso en la Casa Rosada, después de haber sido detenido? ¿Por qué ahora involucra también en el escándalo a Julio De Vido luego de haber estampado a Claudio Uberti? ¿Por qué el Gobierno jamás le pidió una explicación rigurosa a Hugo Chávez por aquel viaje y otros comprobados de Antonini? ¿Por qué las tres causas abiertas en la Argentina a raíz del episodio están adormecidas? Cabrían a propósito una docena de interrogantes más. El Gobierno insiste con la extradición de Antonini y machaca con la hipótesis de un complot urdido entre el FBI y sectores de la Justicia estadounidense. Esa persistencia se va moldeando como una cortina de humo.
El escándalo de Antonini Wilson debiera servirle al Gobierno, entre otras cosas, para revisar la relación con Venezuela. Para revisar la forma de esa relación. Un vínculo sustentado en el comercio y en los negocios con la exclusiva participación del kirchnerismo puro. Un vínculo alimentado además por el ex presidente que le sirvió para pendular en la región frente a Washington. Aunque ese péndulo se corrió ahora demasiado hacia un extremo. La cercanía a Caracas parece perder la utilidad de tiempos pasados. Cristina sufrió un duro traspié cuando Chávez concretó la última compra de bonos de la deuda que los bancos venezolanos remataron rápido en el mercado paralelo. Otro dolor de cabeza le causó la traumática reestatización de la siderúrgica Sidor, controlada por la argentina Techint. La Presidenta está tratando a un socio distinto del que conoció Kirchner. Venezuela enfrenta dificultades económicas y sociales y Chávez tiene un desafío electoral a fin de año donde la oposición podría arrebatarle algunas alcaldías. El líder caribeño se radicalizó.
Cristina no irá esta semana a Caracas. El viaje se había anunciado a través de fuentes diplomáticas venezolanas. Jorge Taiana, el canciller, afirma que esa escala nunca estuvo contemplada. “Venezuela no. Directo a Nueva York”, ordenó Cristina. Hace tiempo que ella piensa en ese viaje porque conoce que la estabilidad con Washington podría ablandarle la relación con otras naciones poderosas. Esa preparación minuciosa haría más inoportuna e inentendible la fricción con Washington por un tema —la valija indiscreta— frente al cual debería tener definida hace rato una adecuada estrategia.
Esa estrategia está ausente. Las palomas de Washington —Wayne y Shannon— aseguran que la relación bilateral sigue normal aunque los Kirchner digan lo contrario. El Departamento de Estado tiene un objetivo mientras se dirime la contienda electoral en Estados Unidos: mantener puentes con la Argentina para que el Gobierno no se tiente con echarse a las faldas de Chávez.
Kirchner bramó cuando supo de la denuncia de Evo Morales contra el Embajador estadounidense en La Paz, a la que acusó de fomentar la rebelión de los departamentos que pugnan por la autonomía. Ese diplomático fue enseguida expulsado. Las teorías conspirativas brotan en la cabeza del ex presidente como los hongos en la humedad: calculó que aquella denuncia de Evo engarzaba a la perfección con el nuevo barullo de la valija y las dificultades de Chávez. En síntesis, una ofensiva coordinada del imperio. Un pensamiento simétrico al de Chávez.
El ex presidente le pidió a la Cancillería una declaración de dura condena a la intromisión extranjera. No hizo menciones explícitas, pero la alusión apuntó a Washington. Chávez directamente expulsó al embajador de EE.UU. La Casa Blanca tampoco se privó de ese juego alocado. ¿Sólo paranoia e histeria? Pocos dudan de que Washington aprovecha cada circunstancia para minar a Chávez y a Evo. El mandatario boliviano ganó hace sólo un mes un referéndum con el 63% de los votos y tiene ahora su país patas arriba. Resulta indiscutible la defensa de los gobiernos de la región como lo hicieron, entre otros, la Argentina, Brasil y Chile. Pero la Argentina se arrimó demasiado a la hoguera. Brasil y Chile no.
Después del paso por Nueva York a Cristina le aguarda España. Esa visita fue dos veces postergada y ahora hace falta, para fijar la fecha del viaje presidencial, que finalice la reestatización de Aerolíneas Argentinas sin litigio con la empresa española propietaria. Mientras tanto, Kirchner rastrea el país y trata de aglutinar al peronismo. Promete un acto el 17 de octubre en Entre Ríos, pero el peronismo provincial le replicaría con un contraacto. Dice estar chocho con la economía e instruyó a los técnicos del INDEC a defender el índice de inflación ante las sospechas del mundo.
No se ha notificado —¿Cristina tampoco?— de que en la Argentina están haciendo falta imperiosamente otras cosas.
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